Por fin ha llegado el viernes, después del ajetreo de la semana con el despertador sonando, kilómetros ida y vuelta al trabajo, las clases de francés y la dichosa accord du participe!!, hora de pilates: "¡activamos el powerhouse!",  haz la cena, ¡adiós!que no le he echado de comer a la tortuga!!...Uf! se agradece un descanso, este finde toca relax...

Y todo esto me recuerda a aquella sensación que tuve cuando fui a Marrakech. Una ciudad totalmente recomendable, pero ¡ojo! para armarse de paciencia. ¿Y por qué? Porque es poner un pie en la calle y aparecerte varios "amigo amigo" por todas partes que te venden, que te acompañan a la calle que buscas, que te ofrecen un mono o una serpiente con la que fotografiarte, que te pintan con henna...¡Es una pasada!¡No dejas de mirar a todas partes!, porque todo te llama la atención, pero llega un momento que dices: ¡por dioooos necesito un poco de tranquilidad!

Y es ahí cuando entra en acción ese remanso de paz que Luis y yo descubrimos por casualidad: Les bains de Marrakech. Es entrar allí y olvidarte de todo, se respira paz y tranquilidad, y el único sonido que se oye, es el ligero canturreo de pajarillos en el patio, mientras estás reposando en una tumbona bebiéndote un té, a la espera de que te llamen para aquello que has contratado.